La historia demuestra que la influencia de las urnas en el mercado español ha sido reducido en los últimos años.
Los inversores solo temen una cosa, un empate técnico que dificulte la formación de gobierno y retrase la aprobación de medidas para reactivar la economía.
Dado que las encuestas no dan un claro vencedor, una incógnita así explica en buena medida la volatilidad reciente de la Bolsa. La incertidumbre es la peor enemiga del mercado y más en un momento económico extremadamente complejo como el actual.
Se preferirá una mayoría amplia o absoluta, el signo del ganador tiene una importancia secundaria. El peor escenario para la Bolsa sería un empate y el mejor un triunfo con una amplia mayoría porque al final las políticas económicas de los principales partidos no difieren tanto.
La Bolsa española es más dependiente del comportamiento del resto del mundo y no tanto de cuestiones propias. El efecto de un cambio de gobierno es relativamente limitado. Puede afectar más un empate que dificulte gobernar.
Las elecciones pueden tener un impacto mínimo y menos en plena crisis financiera.
Lo ocurrido tras las elecciones de 1996 es un claro ejemplo. Las encuestas apuntaban a un triunfo holgado del PP y en el mes previo a las elecciones la Bolsa subió un 7%, alentada por la expectativa de cambio. El resultado, sin embargo, obligaba al PP a buscar alianzas y la incertidumbre se tornó en importantes ventas.
La Bolsa perdió el 5,2% el día siguiente de las elecciones, lo que supuso entonces el segundo peor resultado en la historia del mercado español. El mercado, con todo, se recuperó posteriormente una vez se forjó el pacto con CiU y la Bolsa concluyó el año con una subida del 41,97%.
La ayuda de los fondos europeos al ciclo expansivo de la economía doméstica, la creciente internacionalización de las compañías, la privatización de empresas públicas y una política económica que en lo sustancial no ha experimentado grandes variaciones, explican en buena medida la escasa influencia de los procesos electorales en el mercado, más allá de la volatilidad en las semanas previas y posteriores a las elecciones.
Salvo en el año 2000, ejercicio en el que sin producirse un cambio de Gobierno el Ibex perdió un 21,75%, la repercusión de las elecciones ha sido bastante limitada.
La formación de gobierno y la elección de ministros después del 9 de marzo también tiene una segunda lectura para el mercado: el efecto que supondrá el cambio tanto en los sectores regulados como en futuros movimientos empresariales.
Las medidas políticas que se adopten tras la elecciones tardarán en surtir efecto y el mercado no espera reacciones importantes en el corto plazo. La reacción inicial probablemente será pasajera y al final la crisis de USA marcará el ritmo.
El proceso electoral en EE UU se verá marcado este año por la crisis económica. El gobierno de Bush ya ha tomado medidas para suavizar el impacto de la desaceleración, con la esperanza de que surtan efecto antes de los comicios de noviembre. Todo hace prever que, independientemente del candidato ganador, su mandato se centrará en resolver los problemas económicos.
La evolución de Wall Street dependerá de su éxito, al igual que la del resto de mercados mundiales.
El último paquete de medidas fiscales se ha aprobado con unanimidad en el Congreso, lo que hace prever una continuidad en este tipo de estímulos. Una buena noticia para la Bolsa.
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