La subida de las bolsas de marzo a junio es la principal causa de mejora del entorno económico.
En la medida en que la actividad financiera supera con creces a la real, lo lógico es que sea aquella la que marque el rumbo de ésta, reforzando así, por otra parte, su carácter anticipatorio. Sin embargo, ya sabemos cuál es el resultado de tal liderazgo.
Lo sorprendente es que estemos dispuestos a caer en la misma trampa: la de imponer a una industria sobredimensionada que lucha por su supervivencia los galones del deseado rescate económico, confiando a ciegas en lo que se deriva de su benigna evolución.
Por tanto, ante la amenaza de recesión, cuanto más si de lo que hablamos es de una potencial depresión, nada mejor que tratar de crear el ambiente más favorable para que los dos principales activos privados, vivienda y valores, se aprecien.
He de reconocer que atribuyo a los precios de las acciones un rol económico mayor que el común. En mi opinión, no sólo actúan como indicadores adelantados de la actividad económica sino que contribuyen a la misma, actuando positivamente sobre el balance de ciudadanos y empresas.
Mi hipótesis será sometida a escrutinio en el próximo año: si las bolsas vuelven a los mínimos, veremos los tan cacareados brotes verdes desvanecerse.
El principal hándicap para que la ilusión de recuperación se concrete es la falta de estabilización en el precio de la vivienda.
La economía afecta a las bolsas, es verdad. Pero una parte sustancial de su comportamiento se deriva de la innata propensión de los individuos a sumergirse en el pánico o en la euforia, sentimientos que terminan por tener vida propia y se convierten no en anticipos sino en causas del devenir económico que está por venir.
La imperiosa necesidad de que las bolsas suban como modo de subsanar elegantemente los desequilibrios acumulados en las últimas décadas, versión soft, o peor dicho, como modo de mantener el statu quo que nos ha llevado a la ruina actual, rollo hard.
Si los mercados de valores continúan subiendo, mejorará la capitalización bursátil de las empresas y la solvencia de la banca, que podrá así aumentar su labor de financiación al sistema.
Aumentará la riqueza y el consumo de los particulares y el crecimiento en el valor de los activos corporativos, en relación con su coste de reposición, incrementará la inversión societaria.
Se reducirá el apalancamiento y terminarán por desaparecer las fuerzas deflacionarias que amenazan a la economía.
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